6 de mar. de 2010

Execración do bilingüismo

No blogue "La mirada del mendigo":




Artículo 3 de la Constitución post-franquista:

El castellano es la lengua oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla.

Con ello queda remachada la supremacía de un territorio, Castilla, sobre el resto. Continuismo, pues, con el centralismo uniformizador de etapas precedentes.

Sin embargo, el papel de la ley choca contra la realidad: la lengua propia de Galicia no es la lengua de Castilla. La lengua propia de Galicia es el gallego, en la cual los gallegos llevan comunicándose más de un milenio.

Una afirmación tan aparentemente obvia es el nudo gorgiano de la cuestión lingüística en Galicia. El único idioma propio de Galicia es el gallego; por supuesto que, por la vía de los hechos consumados, se ha estado introduciendo un idioma extraño, fundamentalmente en el medio urbano, como es el castellano. Este idioma es ajeno a la cultura gallega, como lo es el eucalipto a nuestros ecosistemas.

Primero el castellano se impuso, arrinconando al gallego como idioma de aldeanos, de iletrados, sólo válido para dirigirse a las bestias. Ese desprecio, autodesprecio inculcado en lo más hondo de la conciencia colectiva gallega por el poder, llevó a una situación de diglosia en la que las élites urbanas adoptaban los usos que venían de la corte, separándose cultural y socialmente de las costumbre del pueblo llano. De tal forma que el gallego quedó reducido al ámbito rural y familiar.

Llegó o rexurdimento. Grandes personalidades dieron valor a una alhaja que otros se empecinaban en cubrirla de estiercol. Durante décadas la limpiaron y la fueron poniendo en el lugar que le correspondía, rehabilitando una cultura milenaria que, como tantas otras grandezas había sido despreciada por la ciencia oficial hasta entonces.

El proceso de recuperación del patrimonio cultural sufrió un brusco parón con las dos dictaduras del siglo pasado, la del general Primo de Rivera y la cruenta sublevación militar del 36. De nuevo, el uso del gallego fue proscrito al ambiente familiar, imponiendo el uso del castellano como lengua vehicular y oficial, sobre la vernácula.

Y entonces llegó la Transición, y como en otros temas, en el aspecto cultural todo quedó atado y bien atado: se afirmaba la supremacía del castellano sobre el resto de tradiciones lingüísticas españolas, aún respetando formalmente éstas, es decir, cejando en su persecución. De hecho, se identificaba al Estado Español con Castilla, modelo en el cual el resto de naciones y pueblos debían mirarse. El vasco, el bable, el catalán, el castúo o el gallego eran “rarezas”, especifidades locales toleradas igual que se podía tolerar la homosexualidad o el ateísmo. Pero queda claro que quedaban fuera de la norma, que era católica, apostólica y castellana.

Y burla, burlando, así estamos en el momento actual. Básicamente, la lengua castellana está afianzada en las grandes urbes gallegas (con excepción de la capital, Santiago) mientras que el gallego sigue siendo predominante en las aldeas. En las villas, las fuerzas están, más o menos, igualadas.

Pero siendo que la potencia demográfica (además de económica y cultural) está en las ciudades, más jóvenes, y por lo tanto el futuro de Galicia, se entiende que el gallego pierda a pasos agigantados hablantes. La mayoría de los galegofalantes emplean un gallego deformado, mezcolanza con el castellano, llamado gastrapo. Tanto que la inmensa mayoría cree estar hablando en gallego y se sorprende de oír un gallego sin contaminaciones, el cual les causa a menudo rechazo (porque no lo entienden, y ello les lleva a formularse preguntas incómodas como ¿qué demonios es lo que hablo?.

En resumen, lo que no consiguió el Caudillo, lo consiguió la Transición. La desaparición del gallego está próxima. Quedarán hablantes, pero al romperse el relevo generacional, y al caer la proporción de galegofalantes, los últimos reductos del gallego estarán aislados en un mar de castellanidad.

¿Cómo se ha llegado a esta situación? Por el bilingüismo: aunque en la formulación parezca una solución equilibrada y tolerante, llevaba dentro el germen del exterminio de una lengua y una cultura.

Si ponemos a un conejo y una zorra en la misma jaula, sólo a un débil mental se le ocurre pensar que la situación es equilibrada. El gallego parte de una situación de indefensión frente a uno de los idiomas más poderosos del mundo. Mientras que el castellano fue normalizado en el s.XVIII, el gallego lo ha sido en tiempos recientes, y aún persisten sustanciales controversias. Esas viruelas de juventud, el castellano las pasó hace dos siglos. El gallego, tras siglos de ostracismo, presenta grandes lagunas en el lenguaje científico y técnico, lagunas que sólo pudieron ser rellenadas de forma artificial, lo cual contribuyó a acrecentar el desapego del ciudadano por su lengua, que utilizaron ciertos sectores reaccionarios para ridiculizarlo.

El castellano era un formidable adversario que estaba encastillado en una posición privilegiada: las ciudades, con su dinamismo económico y demográfico. Un idioma con cientos de millones de hablantes, respaldado por el Estado, e inoculado a la población por la teta ideológica de finales del pasado siglo: la televisión. Y no lo digo en tono de broma, sino completamente serio.

El castellano dejó de sonarle raro a miles de gallegos al empezar a escucharlo en la caja tonta. De la misma forma, siempre digo que Goku o Sin Chan hicieron más por la supervivencia del gallego que los académicos de la lengua gallega juntos.

Aún así. Hoy día el gallego es el idioma principal de más de la mitad de la población de la Comunidad Gallega. Fuera de estos límites, en Navia, en el Bierzo o en Sanabria, el gallego ha sido prácticamente borrado del mapa (lo cual evidencia la importancia que tiene el que exista una protección de las administraciones sobre el idioma, igual que la casi completa extinción del asturleonés, espejo en el cual el gallego puede mirarse pues lo que tú eres, yo fuí, y lo que yo soy, tú serás).

Millones de gallegos que, aunque en su mayoría entienden la lengua de Castilla e incluso podrían hablarla, tienen por idioma propio, o que emplean a cotío, a língua de seu, o galego.

Y no, el castellano no es su lengua. Es una lengua ajena, que conocen, que comprenden, que pueden escribir porque se la han enseñado en la televisión o en la escuela (por este orden), pero no es su lengua. El castellano es la lengua de todos los castellanos, pero no de todos los españoles. A no ser que quieras forzar la identidad de Castilla=España, siendo así que entonces, pueden quedarse los castellanos con su bandera rojigualda porque es evidente que el resto no cabemos en ese concepto de Estado.

Habrá que decirlo de una vez para siempre: que casi media población gallega haya abandonado su lengua materna para hablar una lengua extranjera es una anormalidad. Es una anormalidad como lo sería que en Dinamarca se hablase mayoritariamente alemán (lengua que la mayoría de los ingleses conocen, así como el inglés).

Esta anormalidad lingüística tiene unas causas patentes: la constante segregación del gallego, un proceso de apartheid cultural que ha actuado durante siglos. Si en el siglo XVIII la introducción del castellano era anecdótica, sólo entre las clases altas o funcionarios (administrativos, eclesiásticos, judiciales o militares) venidos de la meseta, poco a poco el servilismo y el autodesprecio que se había inculcado a los gallegos hizo que las clases medias urbanas, oriundas, fueran adoptando el idioma invasor. Toda vez que se introdujo la zorra en el gallinero, la suerte estaba echada. Tardaría décadas, pero el destino del gallego, como de tantos otros idiomas, estaba sentenciado.Lo que se inició con una imposición, ya pudo continuar retroalimentándose espontáneamente, creciendo en número de hablantes en las sociedades en las que lograba traspasar un umbral crítico. Si costó introducirlo, llevó mucho menos tiempo hacerse mayoritario y, de ahí, hegemónico en las ciudades.

Y esta es la perfidia del bilingüismo: cualquier observador imparcial, sabe que en las actuales circunstancias, el castellano acabará en cuestión de décadas por desplazar al gallego. De hecho, como ya hemos dicho, éste se encuentra ya herido de muerte, aunque vivo, está sentenciado.

Si no se proteje al gallego, éste morirá. Podemos seguir engañando no sé a quién, con el discurso buenista del bilingüismo: ambos pueden convivir. Podríamos hacer lo mismo contigo, querido lector. Podríamos encerrarte en una habitación con un gigantón de aspecto patibularío armado de fenomenal cuchillo de montería. Una semanita entera, con la comida limitada y cerramos la puerta deseándoos que os comportéis fraternalmente y compartáis amigablemente la comida.

Cuando abramos al cabo de la semana la puerta y comprobemos el resultado, nos encogeremos de hombros resignados; sí así tenía que ser, sea, no cabe en nosotros ninguna responsabilidad si uno de los dos ha prevalecido. Al fin y al cabo, es ley natural, la del más fuerte. ¡Gloria a Darwin en las alturas!

Esto es una hipocresía. Como lo sería meter en la misma jaula a la zorra y la liebre y esperar que todo discurra en paz y concordia. Sabemos que no es así, que esto no es un cuento. Y muchos, sabiendo que no es así, callan y miran hacia otro lado porque les conviene: así no tendrán que pasar la vergüenza de desconocer el idioma de su país. A tanto llega la pereza mental, todo por no ir a clase y reaprender lo que un sistema construido en torno al castellano les forzó a olvidar.

Así que, que quede claro, recapitulemos: el castellano no es el idioma propio de Galicia, el idioma castellano es un idioma extranjero en Galicia, como lo sería el vasco, o el francés, o el inglés.

Si admitimos que el castellano es también propio de esta tierra, se acabó el gallego. Es exactamente lo que está acabando con el gallego.

¿Soluciones? A estas alturas, prácticamente ninguna. Sólo podría revertirse la castellanización de la sociedad empleando métodos análogos a los empleados para introducir el castellano en Galicia. ¡Oh, tiranía! No. Porque en un caso se cortaron carballos, para plantar eucaliptos, y en este sería arrancar eucaliptos para volver a restituir la situación del ecosistema cultural, antes que las tropas bárbaras cambiaran la faz de esta tierra. No es lo mismo robar que restaurar lo robado, aunque para ambos se precise la fuerza.

En blanco sobre negro: la relación con las instituciones, exclusivamente en gallego (tribunales, notarios, registros de propiedad…). La educación, exclusivamente en gallego, quedando el castellano relegado a su lugar natural en Galicia: el de lengua extranjera. Los medios de comunicación, por supuesto, en gallego (A voz de Galicia é, compre que sexa, en galego). Y, de crucial importancia, las televisiones sólo podrían emitir en gallego.

Es evidente que esto sólo se puede conseguir de una forma: con la independencia de Galicia. Y es por ello que sostengo que la única oportunidad que tiene el gallego de sobrevivir, es por la formación de un estado propio ajeno a la Castilla-España. De la misma forma que el portugués ha conseguido perdurar, gracias a desgajarse del resto de territorios Hispanos y contar con el apoyo de un Estado propio.

¿Os parece muy radical? Bien, entonces aceptamos la muerte del gallego.

Pero habrá que elegir.

Si no arrancamos los eucaliptos de los montes y repoblamos con carballos, si dejamos los montes como están y aplicamos el principio del laisez-faire, el eucalipto, un árbol de más rápido crecimiento, más resistente a los incendios, que se adapta a una gran variedad de ecosistemas y crea en unos años un ecosistema propio que le es propicio y tóxico para el resto de competidores, si no hacemos nada será el eucalipto el árbol que colonice toda Galicia. Y dentro de unos años, los niños tomarán al eucalipto como el árbol propio de Galicia, el árbol gallego por antonomasia.

No es ninguna broma: yo me sorprendí al saber que el piñeiro bravo o piñeiro do país (Pinus pinaster)…es una especie alóctona, procedente del Mediterráneo. Las repoblaciones sistemáticas del s.XIX hicieron que ya los paisanos nazcan tomándolo como propio. Y lo mismo pasará con el eucalipto, que vencerá sobre el pino. Y lo mismo pasará con el castellano, y puede que quizá con el inglés, que acabará venciendo a ese primer colonizador y transformando un mundo rico en un desierto cultural de olor a caramelo balsámico.

En resumen, señores, decidámonos. Si optamos por no hacer nada, estamos permitiendo la extinción de la cultura gallega. Que está muy bien, es una opción legítima, pero que quede claro el sentido de vuestra elección.

Y una cosa más: cuando haya desaparecido el último hablante de gallego, habrá desaparecido Galicia. Ninguno de los que habite esta tierra podrá decir de sí mismo que es gallego, pues gallego no es quien nace en un territorio (devastado) en concreto, sino el que comparte una cultura que se fue fraguando usando esta tierra como crisol durante siglos y siglos. Así naciera en Sebastopol, tenga la tez negra como el tizón y se apellide Wong. Si es copartícipe de la cultura gallega, es gallego.

De la misma forma, quiero dejarlo claro: por mucho que se apellide Castro, tenga los ojos verdes y naciera en Chantada, si abjura de la cultura gallega tomando como propia una cultura ajena, no se puede decir que sea gallego. Será ciudadano de la Comunidad Autónoma de Galicia, si está empadronado en ella, pero no es gallego.

La galleguidade no es una cuestión racial, sino cultural. Nadie que no comparta esta cultura puede llamarse gallego.

Quedará el nombre. Comunidad Autónoma de Galicia. Pero será una concha vacía, de esas que cogen los niños en la playa. Sin gallego, el vehículo que articula y alimenta toda una cultura, un modo de percibir el mundo, Galicia ya no existirá.

Para alivio de muchos, insisto, de los que viven en esta tierra odiando sus raíces.

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