La reciente celebración del 125 aniversario de la muerte de Rosalía de Castro (el pasado 15 de julio) y todos los actos llevados a cabo con su ocasión ratifican que la figura de la autora gallega sigue de plena actualidad.
Sin embargo, tales conmemoraciones han mostrado, una vez más, que si bien la autora de Padrón es con todo mérito conocida por su obra poética, esta ha eclipsado, y lo sigue haciendo, a su producción en prosa, prácticamente desconocida hasta el siglo XX a excepción de sus dos títulos más destacados: 'La hija del mar' (1859) y El caballero de las botas azules' (1867).
Escrita casi en su totalidad en castellano, su obra narrativa, como la poética, estuvo caracterizada por su condición de hija de soltera (y de un sacerdote) y por ser escritora en el siglo XIX, un oficio no bien visto para una mujer. En numerosas ocasiones fue incluso acusada de no ser ella la que escribía. "Se dice muy corrientemente que mi marido trabaja sin cesar para hacerme inmortal", plasmó en 'Carta a Eduarda', donde también, dirigiéndose a una escritora novel, le pide que desista en su empeño, que no le traerá más que desgracias: "No, mil veces no, Eduarda; aleja de ti tan fatal tentación, no publiques nada y guarda para ti sola tus versos y tu prosa, tus novelas y tus dramas".
Entre otros, por este motivo, no faltaron tampoco quienes la acusasen de misógina, teoría que se desmonta haciendo un recorrido por sus novelas, al ver los tipos de mujeres que plasmó en sus escritos (estudiados con detenimiento por María Sara Fernández en 'Los personajes femeninos en las novelas de Rosalía de Castro').
Alegato a favor de la educación femenina
En su obra prosística, junto con el amor desgraciado, un tema sobresale por encima de los demás es la denuncia social. 'La hija del mar' es su obra más romántica, la que más se acerca a su vida y a sus preocupaciones, pero constituye también un manifiesto reivindicativo desde el propio prólogo, en el que Rosalía cita a mujeres reconocidas. En cierto modo parece que se justifica por el hecho de poder publicar, pero el prólogo constituye en sí un alegato en favor de una formación de calidad para la mujer.
Con sus hijos y marido. Cervantesvirtual
Además de este texto, su más claro ataque a la precariedad de la educación femenina está en 'El caballero de las botas azules' a través de las enseñanzas que recibe Mariquita y del papel de la maestra Dorotea, que enseña a coser y a cantar a las niñas.
En 'El caballero' deja también patente la hipocresía existente respecto al papel la mujer como literata: escribir implica cultivar el intelecto, un lujo que se pueden permitir las señoritas de la clase alta madrileña a las que el protagonista, el duque de la Gloria, recrimina que no se esfuercen y que sean sus padres los que tengan que trabajar para ellas. Frente a éstas, se alaba en otras obras a las campesinas, las pastoras, las pescadoras y las mariscadoras, pues trabajan día y noche, dentro y fuera de casa.
Las mujeres sometidas y las que se revelan
Sus personajes femeninos se dividen, de forma general, en dos grandes tipos: las mujeres sometidas y aquéllas que intentan revelarse. Candora, Mara o 'las independientes' de 'El caballero' aspiran a ser iguales que el hombre y abogan por la libertad en todos los sentidos. Aunque el ejemplo máximo al respecto es doña Isabel, protagonista de 'Ruinas' (1866), una mujer culta, no temerosa de decir lo que siente y a la que todos admiran por su sabiduría, pero a la que también rechazan por ser una 'solterona'.
Caricatura de su marido que hizo Castelao.
Cierta marginación conlleva también para algunas el ser huérfanas, haciéndose eco Rosalía de lo que ella misma había experimentado. Generalmente débiles y víctimas del amor, destaca entre sus expósitas Teresa, madre de 'La hija del mar', que se siente orgullosa de haber salido adelante a pesar de su condición.
Al contrario que los personajes masculinos, los femeninos aparecen frecuentemente divinizados (aunque contraponiéndose a otros demoníacos) y algunos de ellos se acercan a la figura de las mujeres celtas, muy relevantes y que gozaban de una posición de igualdad frente al hombre.
Esperanza, la protagonista de La hija del mar, es retratada como angelical, por contraposición a su madre Teresa, a la que se compara con Luzbel. También Berenice es vista por Luis, el protagonista de 'El primer loco' (1881) como un ángel a través del que llegar al cielo, contraponiéndose a Esmeralda, a la que se presenta como maléfica, viniendo dada la clasificación de angelical o demoníaca en base a la sumisión y aceptación de someterse a los designios masculinos.
La independencia femenina
En 'Flavio' (1861), las mujeres aparecen vistas en ocasiones como instrumentos de perversión y opina la crítica que en esta obra, a través de ese retrato, vertió Rosalía muchas de sus preocupaciones. La novela se perfila además como un estudio psicológico. Su protagonista, un neurópata romántico, inadaptado a los usos sociales y que intenta suicidarse, tiene como guía a Mara, más sensata, huérfana de padre y que tiene que defenderse a sí misma.
Muy consciente de las normas sociales vigentes, sabe que tiene las de perder si no las acata, pero lucha por una relación basada en el respeto mutuo, que lleva a la sociedad a tildarla de fría y soberbia pues la mujer, debe funcionar casi como un objeto (siendo a veces, como le ocurre a Esperanza, el suicidio la única vía para no ser dominada por la sociedad patriarcal).
La dependencia femenina está tratada a lo largo de todos estos títulos, si bien en 'La hija del mar' se ve menos, pues en ella crea Rosalía una especie de matriarcado en la Costa da Morte, donde las mujeres, modeladas por la naturaleza salvaje en la que viven, son dueñas de su existencia. Especialmente a través de las autodenominadas 'independientes', mujeres de la alta sociedad que intentan cambiar la situación femenina pero que no saben aprovechar su posición, da Rosalía de Castro un toque de atención: aún siendo económicamente independientes, éstas acaban cayendo en la esclavitud masculina. Por esto, a través de sus páginas, no deja la autora de Padrón pasar la oportunidad de intentar que las mujeres tomen conciencia de su propia condición.
Que eu saiba rebelar é con b.
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